1.9. "Hay algo que ya habían descubierto los hombres que han buscado la sabiduría en todos los tiempos: “los sentidos sólo abarcan una pequeña parte de aquello que se dice que existe”; hoy se sabe que el arco electromagnético que es percibido por los sentidos convencionales se limita a una mínima porción del espacio definido por la descomposición del arco iris."
1.10 "La capacidad del ojo humano llega a su máxima longitud de onda perceptiva con la vibración del color rojo, y la mínima con el violeta. Esta vibración micrónica del mundo físico está de manera constante definiendo el mundo que cada uno ve, que además, como sabemos, es diferente al de los demás. Cualquier vibración superior a la captación del ojo se escapa de la capacidad perceptiva de la consciencia, al menos así parece; allí empieza el infinito y misterioso campo de los infrarrojos; de forma similar parece ocurrir con las vibraciones inferiores al violeta, adentrándose en el espacio mágico de los ultravioletas. Decían los egipcios que el Sol anunciaba la mañana en rojo y se despedía por occidente, dejando en el crepúsculo, a medida que avanzaba hacia el fin de la Tierra, una manta violeta. De manera similar a la vista sucede con el resto de los órganos perceptivos que definen el mundo exterior."
COMENTARIO
Todo lo físico, lo fenoménico, es vibración; todo está en movimiento. Todo son ondas que se expanden hasta el límite del tiempo.
Dice la física convencional que la luz roja y la violeta, igual que sucede con todas las luces del arco iris y las demás radiaciones del espectro electromagnético, recorren el espacio-tiempo a la velocidad de la luz. Todas viajan a la misma velocidad pero todas son diferentes, cada una tiene su ritmo.
El rojo vibra con calma pero recorre largas distancias, mientras que el violeta tiene que vibrar muchas más veces para desplazarse lo mismo. Uno avanza con pasos largos y pausados, mientras que el otro viaja con pasos cortos y rápidos. Dos ritmos diferentes para llegar, a la vez, al mismo punto. Y entre ambos, el naranja, el amarillo, el verde, el azul y el añil combinan, cada uno a su manera, el espacio con la frecuencia.
El día comienza en rojo y termina en violeta. Como si todo se acelerara, a medida que el Sol se aleja de oriente, para compensar con rapidez lo que se pierde en recorrido.
Hay una compleja relación entre la luz y el pensamiento, una red todavía confusa de procesos en los que están implicados la glándula pineal, la melatonina (la hormona de la noche), la melanina, el calcio y la piezoelectricidad. Lo cierto es que pensamos diferente según la luz que nos llega, lo evidente es que necesitamos la noche para que el violeta vuelva a encontrarse con el rojo.
Textos recogidos del libro "49 RESPUESTAS A LA AVENTURA DEL PENSAMIENTO"
de Eduardo Pérez de Carrera publicados por el Aventurero.
Presentación
Un grupo de amigos hemos decidido poner en la red el libro, “49 RESPUESTAS A LA AVENTURA DEL PENSAMIENTO”, porque creemos que es especial. Su autor, Eduardo Pérez de Carrera, nos sugiere a lo largo de sus páginas nuevas formas de percibir nuestra vida, de entender la Historia, de interpretar la realidad que nos rodea. Nuestro propósito es convertir este sitio en un espacio abierto de reflexión donde tengan cabida todos los comentarios que se nos hagan llegar sobre lo que a cada cuál le sugieran o le hagan sentir los párrafos del libro. Nosotros nos limitamos a publicar cada quince días un nuevo párrafo y a invitaros a que participéis.
Páginas
15 ene 2010
1 ene 2010
Texto 1.8
1.8 “¿Qué es la realidad?, ¿qué es el mundo real?; parece una cuestión sin respuesta, pero sólo son los sucesos sujetos a espacio tiempo vistos por los ojos del Rey e impuestos a los súbditos como únicos posibles. De manera que alguien que definiera o imaginara la realidad como un espacio fijo ante un tiempo cambiante, estaría sometiéndose a la voluntad del Rey, sin reparar que con ello se enfrenta a todas las leyes descubiertas por la Física, la Matemática o la Filosofía.”
COMENTARIO
Imaginemos una conjunción de múltiples posibilidades, y no una vertebración infinita de las múltiples imposibilidades, i.e: algo así como el aleteo de cada uno de los destellos de la fluorescencia humana y una matriz "desviada" oculta en el alquitrán sobre el que reposa una orquídea.
La buena nueva; que la maquinaria político - social y su consensus emocional podría llegar a ser tan virtual como la actual y posibles futuras crisis podrían apuntar. Que la colisión a media altura propia de la perturbadora matriz dominante y su geometría de esclusas sólo definen los caprichos del real paseante ocioso: el cultivador de orquídeas.
Debussy apuntó que la música es el espacio entre las notas; es posible que cualquier rápido parpadeo de ausencia doblegue dulcemente la fija mirada de la presencia "real".
Es posible que cobre existencia la poesía de los números y desbanque a la matemática de los "boarding - meetings".
Deseable que en un futuro próximo nuestros alunizajes no se produzcan en el centro geométrico de un Estadio de football.
Parece que una "fotosíntesis" del pensamiento diferente a la predominante sería sin duda la pirueta bastarda del sistema. Y cierta analítica trascendental o metafísica de las costumbres, etc... se convirtieran en asuntos habituales entre los seres humanos.
En cualquier caso, espacios y tiempos diferentes apuntan a matrices mucho más complejas. A recuerdos futuros, a cruces de caminos, a geometrías variables; una "climatología" en la que la atención propia nunca sería suficiente.
COMENTARIO
Imaginemos una conjunción de múltiples posibilidades, y no una vertebración infinita de las múltiples imposibilidades, i.e: algo así como el aleteo de cada uno de los destellos de la fluorescencia humana y una matriz "desviada" oculta en el alquitrán sobre el que reposa una orquídea.
La buena nueva; que la maquinaria político - social y su consensus emocional podría llegar a ser tan virtual como la actual y posibles futuras crisis podrían apuntar. Que la colisión a media altura propia de la perturbadora matriz dominante y su geometría de esclusas sólo definen los caprichos del real paseante ocioso: el cultivador de orquídeas.
Debussy apuntó que la música es el espacio entre las notas; es posible que cualquier rápido parpadeo de ausencia doblegue dulcemente la fija mirada de la presencia "real".
Es posible que cobre existencia la poesía de los números y desbanque a la matemática de los "boarding - meetings".
Deseable que en un futuro próximo nuestros alunizajes no se produzcan en el centro geométrico de un Estadio de football.
Parece que una "fotosíntesis" del pensamiento diferente a la predominante sería sin duda la pirueta bastarda del sistema. Y cierta analítica trascendental o metafísica de las costumbres, etc... se convirtieran en asuntos habituales entre los seres humanos.
En cualquier caso, espacios y tiempos diferentes apuntan a matrices mucho más complejas. A recuerdos futuros, a cruces de caminos, a geometrías variables; una "climatología" en la que la atención propia nunca sería suficiente.
15 dic 2009
Texto 1.7
1.7 “Pero es posible que el hombre sólo pretenda aun desde el modelo la transformación de su propio modelo, y aún sea útil la reflexión de que el objetivo es la transformación del hombre mismo, la ocupación progresiva de los espacios vacíos de su propia consciencia”
COMENTARIO
¿A qué llamamos vacío?
Probablemente a aquello que aún no hemos conquistado. Si como afirma la física creemos que el espacio-tiempo es un binomio inseparable, un espacio vacío solo sería un tiempo vacío.
¿Qué son los espacios vacíos de nuestra consciencia? ¿Qué se oculta a nuestros sentidos mientras transcurre el tiempo? Quizás sea que tenemos que acercarnos a ese vacío con la seguridad de que su contenido se manifestará si nos desligamos de la obsesión de añadirlo a la realidad conocida.
Quizás, si dejamos de recorrer el laberinto al revés, entremos en otro laberinto donde surjan los mecanismos que nos conecten con leyes que superan el convencionalismo de la ética y la razón binaria. Eso sería dar un paso en la consciencia, pisar con firmeza un vacío lleno de interrogantes.
COMENTARIO
¿A qué llamamos vacío?
Probablemente a aquello que aún no hemos conquistado. Si como afirma la física creemos que el espacio-tiempo es un binomio inseparable, un espacio vacío solo sería un tiempo vacío.
¿Qué son los espacios vacíos de nuestra consciencia? ¿Qué se oculta a nuestros sentidos mientras transcurre el tiempo? Quizás sea que tenemos que acercarnos a ese vacío con la seguridad de que su contenido se manifestará si nos desligamos de la obsesión de añadirlo a la realidad conocida.
Quizás, si dejamos de recorrer el laberinto al revés, entremos en otro laberinto donde surjan los mecanismos que nos conecten con leyes que superan el convencionalismo de la ética y la razón binaria. Eso sería dar un paso en la consciencia, pisar con firmeza un vacío lleno de interrogantes.
1 dic 2009
Texto 1.6
1.6 "Esa definición de realidad no sería el conjunto de lo existente sino de lo que el hombre percibe, una serie de descubrimientos transmitidos como conocimientos y soportados por una sucesión de cultos, ritos y ceremoniales que forman el entramado o la red de la cultura; y encima de esa trama es sobre la que se teje el modelo social".
COMENTARIO
En este párrafo se descubre algo esencial: el modelo social se apoya en el entramado de lo que llamamos cultura. En el pensamiento común se asocia la cultura con un valor positivo que debe cuidarse, fomentarse y conservarse. Pocas veces se hace el planteamiento de que quizá la cultura esté sirviendo de soporte argumental, de justificación, a un modelo social que se resquebraja.
En general, denominamos cultura al conjunto de conocimientos y valores comúnmente aceptados en una determinada sociedad. La cultura se transmite de generación en generación y se impone a todo hombre a través de la educación. De este modo se enseña a cada persona a creer que percibe exactamente lo mismo que todos los demás: se va tejiendo así en la consciencia del hombre la maya de lo que llamamos “realidad”, que no es sino lo que ha definido como tal poder dominante en un modelo social. De este modo cada hombre termina por creer que es lo que percibe de sí mismo y que lo que percibe es toda la realidad.
Parece claro que la cultura debería ser lo contrario: la asunción de la experiencia de quienes nos han precedido como impulso hacia la frontera de nuestras consciencias. La cultura así rompería con el modelo y se acercaría a su verdadera vocación poética y científica. La cultura así abriría fronteras a la consciencia y no se limitaría a estabular el pensamiento en estrechos espacios donde sólo se pare frustración e infelicidad.
La percepción de una mayor porción de realidad en buena medida depende de una radical transformación de la educación. Una educación que invite al hombre a plantearse interrogantes, a percibir su propia ignorancia, y a partir de ahí a impulsarse hacia nuevos conocimientos. Una educación que cuide las diferencias esenciales entre cada individuo, como el tesoro que cada uno ha de aportar.
Es cierto que lo que genéricamente denominamos cultura esconde sus perlas: auténticas poesías, obras de arte y actitudes científicas, nos invitan contínuamente a romper las fronteras de lo que nos han ido grabando como única realidad posible. Sin embargo, en la llamada sociedad de la información, por cultura también se entiende un espeso conglomerado de datos y vacíos dichos populares colocados al servicio de la justificación de un modelo (“más vale pájaro en mano” es una expresión arraigada profundamente que encarcela a nuestro espíritu aventurero y nos dificulta el planteamiento de las interrogantes que nos impulsen hacia otra forma de conocimiento). Por desgracia, la educación está hoy más relacionada con esta cultura al servicio del poder, que con aquélla que, en forma de pregunta, lanza una flecha de libertad hacia la frontera de lo conocido.
Pero por mucho que el modelo o el poder se esfuercen en disfrazar de única realidad a lo que ahora percibimos, nunca podrá silenciar el impulso de los sabios, la vocación de conocimiento científico o el canto liberador del poeta. Como recuerda el autor, “ninguna luz es inútil ni queda secuestrada para siempre”.
COMENTARIO
En este párrafo se descubre algo esencial: el modelo social se apoya en el entramado de lo que llamamos cultura. En el pensamiento común se asocia la cultura con un valor positivo que debe cuidarse, fomentarse y conservarse. Pocas veces se hace el planteamiento de que quizá la cultura esté sirviendo de soporte argumental, de justificación, a un modelo social que se resquebraja.
En general, denominamos cultura al conjunto de conocimientos y valores comúnmente aceptados en una determinada sociedad. La cultura se transmite de generación en generación y se impone a todo hombre a través de la educación. De este modo se enseña a cada persona a creer que percibe exactamente lo mismo que todos los demás: se va tejiendo así en la consciencia del hombre la maya de lo que llamamos “realidad”, que no es sino lo que ha definido como tal poder dominante en un modelo social. De este modo cada hombre termina por creer que es lo que percibe de sí mismo y que lo que percibe es toda la realidad.
Parece claro que la cultura debería ser lo contrario: la asunción de la experiencia de quienes nos han precedido como impulso hacia la frontera de nuestras consciencias. La cultura así rompería con el modelo y se acercaría a su verdadera vocación poética y científica. La cultura así abriría fronteras a la consciencia y no se limitaría a estabular el pensamiento en estrechos espacios donde sólo se pare frustración e infelicidad.
La percepción de una mayor porción de realidad en buena medida depende de una radical transformación de la educación. Una educación que invite al hombre a plantearse interrogantes, a percibir su propia ignorancia, y a partir de ahí a impulsarse hacia nuevos conocimientos. Una educación que cuide las diferencias esenciales entre cada individuo, como el tesoro que cada uno ha de aportar.
Es cierto que lo que genéricamente denominamos cultura esconde sus perlas: auténticas poesías, obras de arte y actitudes científicas, nos invitan contínuamente a romper las fronteras de lo que nos han ido grabando como única realidad posible. Sin embargo, en la llamada sociedad de la información, por cultura también se entiende un espeso conglomerado de datos y vacíos dichos populares colocados al servicio de la justificación de un modelo (“más vale pájaro en mano” es una expresión arraigada profundamente que encarcela a nuestro espíritu aventurero y nos dificulta el planteamiento de las interrogantes que nos impulsen hacia otra forma de conocimiento). Por desgracia, la educación está hoy más relacionada con esta cultura al servicio del poder, que con aquélla que, en forma de pregunta, lanza una flecha de libertad hacia la frontera de lo conocido.
Pero por mucho que el modelo o el poder se esfuercen en disfrazar de única realidad a lo que ahora percibimos, nunca podrá silenciar el impulso de los sabios, la vocación de conocimiento científico o el canto liberador del poeta. Como recuerda el autor, “ninguna luz es inútil ni queda secuestrada para siempre”.
15 nov 2009
Texto 1.5
1.5 "Cuentan las leyendas de los Maoríes en Nueva Zelanda, o los Taraumaras americanos, o los ritos helénicos, o la tradición bíblica judeocristiana, que un gigante, una diosa serpiente, un titán rebelde o un hombre justo -puede que una mezcla alquímica de todo ello- guardaron en un arca todo cuanto de valor existía antes de que poblara la Tierra esta Humanidad. Quizás una pequeña parte del contenido de ese arca haya sido revelado y transformado en tecnología, lenguaje y arte, pero parece que los arcanos no descubiertos y las deudas no saldadas de tantas vidas pasadas y aun futuras están condicionando la zona de consciencia que hoy, en forma genética y ambigua, determina lo que se ha convenido en denominar realidad presente".
COMENTARIO
Hay mitos, testimonios muy similares en todas las culturas ancestrales, de una época antigua en la que los hombres llegaron a conocer los secretos de los dioses y quisieron ser como ellos. Y los dioses, celosos, temerosos o decepcionados de los hombres, castigaron su soberbia sepultándolos bajo las aguas.
Cuentan también estos mitos que unos pocos elegidos fueron avisados de la catástrofe y salvaron en un arca los conocimientos que la provocaron, a la espera de una nueva oportunidad. Y estos elegidos, cuando la Tierra fue de nuevo habitable, encontraron a los supervivientes y, poco a poco, les regalaron el fuego, el trigo, el hierro, la música y la palabra.
Y ahí estamos. Utilizando el fuego para forjar armas de hierro y empleando la música para adornar las mentiras que decimos sobre el trigo. Acumulando deudas en definitiva, las propias, por lo que podríamos hacer y no hacemos, las que nos dejaron, por todo aquello que no se hizo, y las que dejarán los que nos sigan, si no son capaces de asumir y redimir el pasado.
Porque, si fuera cierto que nada se pierda, si fuera cierto que en el genoma se graba todo, allí debe estar toda nuestra historia, allí debe encontrarse el recuerdo de aquellos arcanos que nos fueron revelados. Allí debe estar, incluso, el contenido completo del arca o, al menos, los indicios y las capacidades para encontrarlo.
COMENTARIO
Hay mitos, testimonios muy similares en todas las culturas ancestrales, de una época antigua en la que los hombres llegaron a conocer los secretos de los dioses y quisieron ser como ellos. Y los dioses, celosos, temerosos o decepcionados de los hombres, castigaron su soberbia sepultándolos bajo las aguas.
Cuentan también estos mitos que unos pocos elegidos fueron avisados de la catástrofe y salvaron en un arca los conocimientos que la provocaron, a la espera de una nueva oportunidad. Y estos elegidos, cuando la Tierra fue de nuevo habitable, encontraron a los supervivientes y, poco a poco, les regalaron el fuego, el trigo, el hierro, la música y la palabra.
Y ahí estamos. Utilizando el fuego para forjar armas de hierro y empleando la música para adornar las mentiras que decimos sobre el trigo. Acumulando deudas en definitiva, las propias, por lo que podríamos hacer y no hacemos, las que nos dejaron, por todo aquello que no se hizo, y las que dejarán los que nos sigan, si no son capaces de asumir y redimir el pasado.
Porque, si fuera cierto que nada se pierda, si fuera cierto que en el genoma se graba todo, allí debe estar toda nuestra historia, allí debe encontrarse el recuerdo de aquellos arcanos que nos fueron revelados. Allí debe estar, incluso, el contenido completo del arca o, al menos, los indicios y las capacidades para encontrarlo.
1 nov 2009
Texto 1.4
1.4 "Cuenta la Historia convencional que la realidad antropológica, el modo de vivir e incluso el para qué, no es más que la suma de las vidas de todos los muertos. Puede que la llamada basura genética, esa parte del genoma que la Ciencia ha supuesto que no opera en la conducta, sea más determinante de lo que los genetistas han podido averiguar hasta ahora, y quizá la definición de la consciencia esté determinada por una experiencia o un aprendizaje cuya naturaleza oficialmente aun se desconoce".
COMENTARIO
Una creencia muy extendida en nuestra sociedad considera que somos el resultado de nuestra genética, del modo de vida y de la cultura de nuestros antepasados. A eso también se le añade la influencia de nuestro entorno. De la educación, por supuesto, y de lo que no es la educación. Porque, en definitiva, nadie sabe delimitar hasta dónde llega ese “entorno”, qué cosas lo configuran ni cómo se reparten sus influencias.
Al hablar de la herencia de nuestros antepasados solemos remitirnos a nuestra genética como si ya con eso supiéramos, más o menos, de qué estamos hablando. Sin embargo, del 95% de nuestro genoma, de eso que se ha dado en llamar “basura genética”, no se sabe casi nada. Así lo reconocen los propios biólogos. Ignorar prácticamente todo de la mayor parte de nuestro genoma deja abiertas muchas posibilidades. Es muy posible que ahí, sin que tengamos ni idea de su existencia, esté residiendo un inmenso potencial pendiente de ser adecuadamente activado. A fin de cuentas sigue siendo un misterio para la Ciencia explicar qué fue lo que hizo que, en un momento determinado de nuestra historia, “surgiera” en nosotros la inteligencia, la consciencia y todo eso que nos hace sentirnos humanos. Quizás fuera que, por algún motivo o conjunto de motivos, una porción de ese potencial fue activado. La gran cuestión, claro, es cómo poner a pleno rendimiento la inmensidad de nuestra genética.
Por otra parte, la definición que hacemos de nuestra consciencia, por parafrasear al autor, o ese “darnos cuenta” de la parte de la consciencia que estamos utilizando, nos lleva a otro territorio inmenso e igualmente virgen. No se sabe “cuánta” consciencia utilizamos –dándonos cuenta o sin darnos cuenta- ni cuánta consciencia podríamos llegar a utilizar, si la pudiéramos desarrollar plenamente. Por no saber, ni siquiera se sabe qué es eso de la consciencia. Por tanto, aquí también se nos abren un montón de posibilidades. Todas legítimas, para la Ciencia actual o para la del siglo XXX.
Quizás, como sugiere el autor, la definición que hacemos cada uno de nuestra consciencia viene determinada por una experiencia, o un cúmulo de ellas. Quizás las traemos grabadas en nuestra genética al nacer o quizás se graban en ella desde ese entorno que nos envuelve y del que apenas sabemos nada. O, quizás, sea una combinación de ambas. Ignorando para qué sirve el 95% de nuestro genoma, todo es posible. ¿Se trataría de experiencias tenidas por nuestros antepasados? ¿Por nuestros coetáneos? ¿Por otros seres? Es más, quizás podría no tratarse de experiencias ya tenidas sino de algo así como “óvulos de no-se-sabe-quién” pendientes de ser “fecundados” por nosotros mismos para, en definitiva, convertirlos en nuestra propia experiencia.
COMENTARIO
Una creencia muy extendida en nuestra sociedad considera que somos el resultado de nuestra genética, del modo de vida y de la cultura de nuestros antepasados. A eso también se le añade la influencia de nuestro entorno. De la educación, por supuesto, y de lo que no es la educación. Porque, en definitiva, nadie sabe delimitar hasta dónde llega ese “entorno”, qué cosas lo configuran ni cómo se reparten sus influencias.
Al hablar de la herencia de nuestros antepasados solemos remitirnos a nuestra genética como si ya con eso supiéramos, más o menos, de qué estamos hablando. Sin embargo, del 95% de nuestro genoma, de eso que se ha dado en llamar “basura genética”, no se sabe casi nada. Así lo reconocen los propios biólogos. Ignorar prácticamente todo de la mayor parte de nuestro genoma deja abiertas muchas posibilidades. Es muy posible que ahí, sin que tengamos ni idea de su existencia, esté residiendo un inmenso potencial pendiente de ser adecuadamente activado. A fin de cuentas sigue siendo un misterio para la Ciencia explicar qué fue lo que hizo que, en un momento determinado de nuestra historia, “surgiera” en nosotros la inteligencia, la consciencia y todo eso que nos hace sentirnos humanos. Quizás fuera que, por algún motivo o conjunto de motivos, una porción de ese potencial fue activado. La gran cuestión, claro, es cómo poner a pleno rendimiento la inmensidad de nuestra genética.
Por otra parte, la definición que hacemos de nuestra consciencia, por parafrasear al autor, o ese “darnos cuenta” de la parte de la consciencia que estamos utilizando, nos lleva a otro territorio inmenso e igualmente virgen. No se sabe “cuánta” consciencia utilizamos –dándonos cuenta o sin darnos cuenta- ni cuánta consciencia podríamos llegar a utilizar, si la pudiéramos desarrollar plenamente. Por no saber, ni siquiera se sabe qué es eso de la consciencia. Por tanto, aquí también se nos abren un montón de posibilidades. Todas legítimas, para la Ciencia actual o para la del siglo XXX.
Quizás, como sugiere el autor, la definición que hacemos cada uno de nuestra consciencia viene determinada por una experiencia, o un cúmulo de ellas. Quizás las traemos grabadas en nuestra genética al nacer o quizás se graban en ella desde ese entorno que nos envuelve y del que apenas sabemos nada. O, quizás, sea una combinación de ambas. Ignorando para qué sirve el 95% de nuestro genoma, todo es posible. ¿Se trataría de experiencias tenidas por nuestros antepasados? ¿Por nuestros coetáneos? ¿Por otros seres? Es más, quizás podría no tratarse de experiencias ya tenidas sino de algo así como “óvulos de no-se-sabe-quién” pendientes de ser “fecundados” por nosotros mismos para, en definitiva, convertirlos en nuestra propia experiencia.
Texto 1.3
1.3. "Puede que el hombre se empeñe en olvidar que es un ser en metamorfosis, que quizás ello le empuje a continuar utilizando el pequeño espacio de voluntad conquistado en la epopeya de su discurso histórico para dominar y someter, para subrayar su presencia en la sumisión del resto"
COMENTARIO
Es curioso el empeño que ponemos los seres humanos en ese olvido del que habla el autor, cuando nuestra propia experiencia nos habla de cambio continuamente. En campos científicos como la biología y la neuropsicología se sabe que nacemos con múltiples posibilidades y capacidades potenciales que iremos desarrollando o no según las experiencias que tengamos en nuestra vida. Algunas de estas capacidades son desarrolladas en los primeros años de vida (lenguaje, andar…), probablemente debido a que en otros tiempos la Humanidad fue conquistando dichas capacidades, otras pueden ser o no desarrolladas según abramos más o menos nuestro campo de experiencia.
Estos indicios sugieren que no somos seres completos, que nuestro total desarrollo no ha llegado a su fin y, desde mi punto de vista, en esto consiste la aventura de la vida, en completarnos, llegar al máximo posible de nuestras capacidades, conquistar nuevos territorios de nuestro cerebro y de nuestra conciencia.
Desde el principio de nuestra vida vamos aprendiendo, dirigidos por nuestro entorno familiar y social, a formarnos una idea de nosotros mismos, del mundo y del hecho de vivir. En determinado momento, generalmente cuando creemos tener o nos dicen que tenemos las capacidades necesarias para la supervivencia, consideramos que ya nos hemos desarrollado, que ya somos. A partir de ese momento, nos defendemos de toda persona y experiencia que mueva los esquemas que hemos adoptado y con los que nos hemos identificado, tratando de, desde nuestro respectivo espacio de poder, imponer nuestra visión y ejercer control sobre ellos para mantener una sensación de seguridad. Este comportamiento, a menudo es fuente de sentimientos de frustración, aburrimiento, desencanto, estancamiento. Pero los cambios inevitablemente están presentes aunque los obviemos o los asumamos como situaciones repetidas.
Quizás esa búsqueda de seguridad como actitud y meta de vida esté siendo un obstáculo para nuestro aprendizaje a través de cada nueva experiencia, para descubrirnos a través de nuestro contacto directo con el mundo más allá de las convenciones y saberes que nos trasmiten del mismo, para desarrollar, al menos en parte, esas capacidades y posibilidades potenciales.
¿Dónde podría llegar el ser humano si tomara conciencia de que su evolución no está completa? ¿Podría seguir considerando lícito el uso del dominio y la sumisión del resto como únicos instrumentos de relación con el mundo, los demás y la vida? ¿No sería acaso la propia evolución del hombre, su perfeccionamiento la única manera de subrayar su presencia? Quién sabe, si además, al no tratar de someter a los demás para que adopten nuestros esquemas rígidos, estaríamos favoreciendo nuestra propia evolución y propiciando que otros se lancen a la conquista de sí mismos, la auténtica aventura de la vida.
COMENTARIO
Es curioso el empeño que ponemos los seres humanos en ese olvido del que habla el autor, cuando nuestra propia experiencia nos habla de cambio continuamente. En campos científicos como la biología y la neuropsicología se sabe que nacemos con múltiples posibilidades y capacidades potenciales que iremos desarrollando o no según las experiencias que tengamos en nuestra vida. Algunas de estas capacidades son desarrolladas en los primeros años de vida (lenguaje, andar…), probablemente debido a que en otros tiempos la Humanidad fue conquistando dichas capacidades, otras pueden ser o no desarrolladas según abramos más o menos nuestro campo de experiencia.
Estos indicios sugieren que no somos seres completos, que nuestro total desarrollo no ha llegado a su fin y, desde mi punto de vista, en esto consiste la aventura de la vida, en completarnos, llegar al máximo posible de nuestras capacidades, conquistar nuevos territorios de nuestro cerebro y de nuestra conciencia.
Desde el principio de nuestra vida vamos aprendiendo, dirigidos por nuestro entorno familiar y social, a formarnos una idea de nosotros mismos, del mundo y del hecho de vivir. En determinado momento, generalmente cuando creemos tener o nos dicen que tenemos las capacidades necesarias para la supervivencia, consideramos que ya nos hemos desarrollado, que ya somos. A partir de ese momento, nos defendemos de toda persona y experiencia que mueva los esquemas que hemos adoptado y con los que nos hemos identificado, tratando de, desde nuestro respectivo espacio de poder, imponer nuestra visión y ejercer control sobre ellos para mantener una sensación de seguridad. Este comportamiento, a menudo es fuente de sentimientos de frustración, aburrimiento, desencanto, estancamiento. Pero los cambios inevitablemente están presentes aunque los obviemos o los asumamos como situaciones repetidas.
Quizás esa búsqueda de seguridad como actitud y meta de vida esté siendo un obstáculo para nuestro aprendizaje a través de cada nueva experiencia, para descubrirnos a través de nuestro contacto directo con el mundo más allá de las convenciones y saberes que nos trasmiten del mismo, para desarrollar, al menos en parte, esas capacidades y posibilidades potenciales.
¿Dónde podría llegar el ser humano si tomara conciencia de que su evolución no está completa? ¿Podría seguir considerando lícito el uso del dominio y la sumisión del resto como únicos instrumentos de relación con el mundo, los demás y la vida? ¿No sería acaso la propia evolución del hombre, su perfeccionamiento la única manera de subrayar su presencia? Quién sabe, si además, al no tratar de someter a los demás para que adopten nuestros esquemas rígidos, estaríamos favoreciendo nuestra propia evolución y propiciando que otros se lancen a la conquista de sí mismos, la auténtica aventura de la vida.