4.5 Parece indudable que cada idioma define
fonéticamente, e incluso ideológicamente, una visión distinta del mundo
aparencial, pero también de la poesía, el ritmo y del movimiento y de tantos
otros matices de la conducta. Pero cualquiera que lo analice deducirá que, más
allá de la explicación sintética del diccionario, cada persona tiene su propio
idioma, porque cada significación vive en un ideograma distinto y toda palabra
desarrolla el dibujo de un pictograma único en cada cerebro.
COMENTARIO DEL AVENTURERO
¿Utilizamos el
idioma para comunicarnos o para ponernos de acuerdo?
Si yo hablo de
“amor”, el que me escucha quizá entienda lo que pretendo expresar, pero lo que
recibirá de mis palabras son los estímulos de su propia experiencia con el
amor.
Nuestro
idioma, de alguna manera, traduce nuestra experiencia, y nuestra experiencia es
única. Sin embargo, en vez de potenciar la propia experiencia a través del
idioma o el idioma a través de la experiencia, lo que hacemos es justo lo
contrario. Nos pasamos la mitad de la vida (año arriba año abajo) intentando
consensuar lo que cada uno entiende por “amor”. Intentamos ponernos de acuerdo
porque necesitamos que el otro vea las cosas como nosotros. Necesitamos
cómplices de nuestra realidad para que ésta se convierta en algo, efectivamente,
real. Porque lo que está sólo en uno, por lo visto, no es fiable. Y finalmente
conformamos la realidad según el número de adeptos.
¿Por qué nos
da miedo asumir que somos únicos?
Porque nos da
miedo estar equivocados en nuestras percepciones, nos da miedo estar locos, nos
da miedo estar aislados en una visión que, aparentemente, nadie más comparte.
Quizá porque esa soledad implique descubrir que los caminos a recorrer son
individuales y sólo podemos recorrerlos nosotros. Solos.
¿Pero no es
mejor caminar solos guiándonos a través de nuestra propia experiencia, que
caminar en masa guiados por una ficción consensuada?
Y de repente
parece que el mundo existe tal y como lo conocemos porque todos nos hemos
puesto de acuerdo en que el mundo existe tal y como lo conocemos. ¿Pero y si
todos viéramos el mundo de otra manera? ¿Y si diéramos el paso de transformar
lo que vemos sin necesidad de ser secundados por nuestro entorno? ¿Qué
empezaríamos a ver si dejáramos de intentar unificar nuestras experiencias?
¿Qué pasaría
si nos liberáramos de este agónico y
acogedor cautiverio?