Presentación

Un grupo de amigos hemos decidido poner en la red el libro, “49 RESPUESTAS A LA AVENTURA DEL PENSAMIENTO”, porque creemos que es especial. Su autor, Eduardo Pérez de Carrera, nos sugiere a lo largo de sus páginas nuevas formas de percibir nuestra vida, de entender la Historia, de interpretar la realidad que nos rodea. Nuestro propósito es convertir este sitio en un espacio abierto de reflexión donde tengan cabida todos los comentarios que se nos hagan llegar sobre lo que a cada cuál le sugieran o le hagan sentir los párrafos del libro. Nosotros nos limitamos a publicar cada quince días un nuevo párrafo y a invitaros a que participéis.

15 dic 2010

Textos 2.11 y 2.12

2.11 "Además, el ser humano aprieta los puños, mueve los labios, hace muecas, automatiza movimientos, en definitiva tiene manías que le particularizan. Son muchas veces atavismos que le proporcionan seguridad, como un código de ritos en los que se refugian sus miedos y desde los que se refrenan emociones. Hay quien se toca una ceja, hay quien se rasca con fruicción la palma de una mano, algunos no pueden pensar si no establecen un andamiaje de sujección sobre el que apoyar la cabeza, como relevando de su peso al titán Atlas; otros voltean los brazos como aspas de molino mientras hablan, los hay que gesticulan como tragándose las palabras mientras escuchan..."


2.12 "Hay un código interminable de adicciones a movimientos; cortarlos o reprimirlos podría proporcionar inseguridad o desprotección; sin ellos hay quien se encontraría desnudo; pero ¿qué son?; en ocasiones son familiares, están presentes en toda una saga como si estuvieran asociados a la genética; una mezcla entre matices miméticos y desviaciones caracterológicas hormonales."

27 comentarios:

Enrique dijo...

Desviaciones, ¿respecto a qué? ¿Acaso hay un patrón o arquetipo ideal del que desviarse? Y ese patrón, ¿es universal o es único para cada ser humano? ¿Reside en algún “sitio”, en alguno de los múltiples mundos o realidades en los que estamos inmersos?

Parece evidente que parte de esta información se encuentra en la genética, tanto la que creemos que está en eso que vemos con el microscopio y que llamamos genoma, como aquella otra, más sutil, que no somos capaces de ubicar, pero que explicaría muchas de las interrogantes para las que la biología todavía no dispone de una respuesta satisfactoria. Por citar algunas, la adquisición de un nuevo rasgo por todos los miembros de una especie, por muy alejados que se encuentren, o la aparición de una especie nueva (o de miles), no poco a poco, sino “de golpe”.

Pero esto no parece suficiente. Si existe un arquetipo de nosotros mismos, no solo debe encontrarse en el mundo físico (y al hablar de mundo físico no me estoy refiriendo a la física evidente de los cuerpos que tienen masa y las energías que se miden en kilovatios-hora), sino más allá.

¿En qué parte del trayecto entre los mundos el gesto adecuado a cada lugar y cada momento se tranforma en un automatismo, una manía o una caricatura de lo que debió ser?

Anónimo dijo...

¿Hay algún motivo por el que siempre las entradas de este blog sean el día uno de cada mes y el día 15 de cada mes? siento curiosidad,ya que todo lo que he leído está escrito en un rico metalenguaje, entre poético, científico y mistérico, que contiene unos ritmos muy provocadores. Creo que anima a la batalla. Como si dentro de mi hubiera un guerrero que se exalta al escuchar estas palabras, aunque yo ni siquiera me de cuenta...

Paréntesis dijo...

Complicado el tema al que Enrique le hinca el diente, “desviación, ¿respecto a qué?”. Complicado y tal vez irresoluble desde la razón o el entendimiento humanos, incluso las razones más argumentadas, o serenas, o los entendimientos más preclaros. Filósofos y pensadores ha tenido el mundo desde que lo es, y teorías totalmente dispares unas con otras no han carecido del predicamento ni del grado de estimación necesarios para prevalecer en el tiempo fueran ya propugnadas por éste o por aquel o por sus correspondientes antagónicos.
Así que se puede teorizar, por qué no y sin mayor apuro, un poco con el desahogo o en la tranquilidad de que nadie va a tener la palabra última o definitiva con que invalidar (y si alguien invalida, pues que invalide; quebradero de cabeza resuelto que dejará lugar a un quebradero nuevo, que no han de faltar) lo que cada cual opine o piense.
“¿Acaso hay un patrón o arquetipo ideal del que desviarse?”, plantea Enrique.
Pienso que sí lo hay. Para meterme en el jardín de exponer por qué lo pienso así siento como inevitable el adentrarme, para complicar las cosas, en otro jardín más enmarañado y más frondoso en el que siempre se han dado grandes disparidades y convicciones bastante irreconciliables. Y es que cada uno tenemos nuestro “arquetipo ideal” aprendido tal vez de nuestro entorno, de qué nos inculcaron en nuestra niñez o, incluso, algo así como un “antiarquetipo” o “contraarquetipo” que hemos elaborado desde una actitud de rebeldía o de rechazo.
Cada cual tiene su historia. Yo por ejemplo crecí en un ambiente en que las sesiones de espiritismo eran práctica cotidiana; y todo lo que preconiza el espiritismo lo que se daba por “verdad” en ese ambiente. Detesto, por tanto, el espiritismo y, por extensión, todo cuanto tenga que ver ni de lejos con la reencarnación.
Quizá me he marchado un poco del tema, pero no tanto, y además ya estoy volviendo a lo del patrón ideal queriendo, empero, hacer notar que me doy cuenta de que el tema es, como escribí al principio, complicado o, por decirlo más clarito, polémico.
Polémico porque con independencia de que el reencarnarse fuera (que insisto, no lo creo) algo inherente al proceso evolutivo se convierte en una especie de utensilio mediante el que establecemos (establece, quien lo establezca) una especie de libro de contabilidad en el que ir registrando “mis méritos y mis buenas obras por los que recibiré recompensa en la vida siguiente” y, en la columna contraria — no sé hacerme una composición de lugar de cuál de las columnas sería el “debe” y cuál el “haber” — “la malísima suerte que estoy teniendo en esta vida y lo resignadamente que lo estoy sufriendo porque, seguro, con mis desdichas estaré saldando alguna mala obra de mi vida anterior” que sigue siendo un lavarse la cara y un continuar haciendo balance de “mis” méritos.
Y, así, con ese criterio, vamos dando vueltas alrededor de nosotros mismos, de ese “yo” y de ese “ego” que tanto hemos tratado en el punto anterior; pero sin romper nunca el cascarón de nuestro propio interés, de la constante contemplación y persecución de nuestra propia perfección amoldándola a qué es para nuestro entender “lo perfecto” que aprendimos ya por asimilación de en qué se nos educó ya por renuencia a qué se nos inculcó.
Tiene que haber otro modelo, impensado o impensable, universal o cósmico, que sea aquel del que nos estamos desviando y sólo y por causa de nuestra condición de seres vivos — humanos, para concretar y para tirar piedras gracias a nuestra razón (cosa que no hace ningún animal) contra nuestro propio tejado — que, nos creemos, va a ser lo que nos posibilite el encontrar las soluciones más inteligentes para cuidar, proteger y velar… (+)

Paréntesis dijo...

(+)… por eso que terminamos por considerar que “es lo que somos” cuando está siendo tan sólo nuestro cuerpo. Que no es que pretenda que el cuerpo no tenga su para qué ni que sea poco, pero pretendo sí que ese “para qué” ha de estar siendo algo así como que esa mera herramienta ocasional que tan sólo durará los años mensurables durante los que estemos siendo “personas” sirva no ya a cada cual sino a otro fin o a otro gran proyecto más complejo en el que determinado aprendizaje sólo puede, quizás, llevarse a cabo mediante el reconocimiento de un “ego”, una identidad irrenunciable.
Creo que ese modelo cósmico desconocido desde el entendimiento pero sentido tal vez desde cada uno de nuestras células encerrando, ellas, tantos arcanos de que se escribió en puntos anteriores, es el que sin saberlo buscamos y del que, sin poderlo evitar desde nuestra naturaleza humana, nos desviamos.
“Y ese patrón, ¿es universal o es único para cada ser humano?”. Otra de las cuestiones que está planteando Enrique.
Universal, imagino; pero imagino también que aun a sabiendas (o a “creyendas”) de que el universal es el que nos aguarda sólo podemos llegar a él asumiendo y encarando y sabiendo hacerse cargo de hasta qué punto o en qué medida lo estamos supeditando desde nuestro entender al de cada cual y, a su vez, hasta qué punto influye o incide — incluso a pesar de la propia resistencia muchas veces — el universal (me gusta más “cósmico”) sobre el individual.
Se me pasa por la cabeza qué es evolucionar y se me entremezcla con no sé qué idea que tengo de que el tiempo lo percibimos o lo enjuiciamos como lineal pero que no lo es. Pero, bueno, aun acomodándose a “lineal” (que parece lo más sencillo de digerir), ¿qué sabemos de qué hemos sido antes de ser vivientes en este planeta que habitamos, provistos de un cuerpo, y qué seremos después?; ¿y si el ser seres humanos (o animales los animales y vegetales las plantas) sólo es un corto, insignificante tramo de un camino que no recordamos cuándo, cómo ni por qué ni para qué emprendimos sin recordar tampoco dónde nos llevará?
A mí me parece que lo que nos falta es descubrirlo; pero todos para todos y entre todos. Y que no sirve llevar cada uno cuenta de su propio trocito de su propio avance y “esto me lo he evolucionado yo, y es mío”.
Ah, y otra cosa, ¿lo descubriremos mientras seamos personas o tendremos, encima de la que tenemos liada, que armarnos de paciencia y esperar a ser otra cosa, ya sin hormonas y sin adrenalinas y esos humores —malos, algunos — que tanto obstaculizan?

Beucis dijo...

El mimo, la pantomima, el teatro japonés Noh, la gran tragedia griega, todo ello es la expresión artística y sublime del gesto, de nuestro gesto, que trasmite estados de ánimo, tragedia que el pueblo comprendía y que las clases aristocráticas preservaban cuidadosamente a través de siglos pues, como es el caso del teatro nipón, implicaba talento, habilidad, aplacaba el alma de los muertos y y eran danzas rituales que se ejecutaban en el templo. Todos estos gestos son nuestros y nos sirven de referentes, pero cada uno, según su estado, se mueve y expresa de forma única.

La educación decimonónica, imbuida de reglas victorianas, exigían un comportamiento rígido, con ausencia casi completa de lo gestual. Son sociedades con poca expresividad, pero donde suelen darse abundantes tics y manías. La contención desemboca a veces, en estados taciturnos y melancólicos, ese Spleen tan inglés, tan aburrido, tan gris, nada que ver con el disparadero de manos, de movilidad corpórea, de ebullición, del comportamiento mediterráneo. El comportamiento de unos y otros, gestionando el espacio que nos limita, es también diferente, resultando a veces agobiante e irrespetuosa la invasión a que se somete al otro.

En este texto, se nos dice que cada uno, con nuestros rituales repetitivos de gestos, encubrimos miedos y desconfianzas, que si se intentaran hacer desaparecer podrían conllevar actitudes no deseadas.

Muchos gestos pueden ser hereditarios y se perpetúan en los núcleos familiares; otros ocultan nuestras sombras. Posiblemente sería sano enfrentarnos a ellas y tratar de asumir qué clase de Mr. Hyde estamos encubriendo. A través de estos gestos que actúan como los espejos deformes utilizados por Valle Inclán, llegar a nuestra verdadera identidad, a nuestra verdadera realidad profunda.

El Aventurero dijo...

Contestando a Anónimo, del día 16: desde el principio de este blog decidimos que cada nuevo texto del libro que comentamos se publicara regularmente, cada 15 días, más o menos, para dar tiempo a los comentarios y debates. El hecho de que sean los días 1 y 15 solo se explica por ser las fechas más fáciles de recordar para todos los participantes. No hay ninguna otra razón.

Retama dijo...

Es un tema este de las ritualizaciones o manías que utilizamos normalmente, que por ser tan cotidianas no se les presta quizás la atención necesaria.
Me recuerdo de joven, cada vez que salía de mi casa me santiguaba y si en alguna ocasión no lo hacía, bien por las prisas o por lo que fuera, sencillamente me daba la vuelta, me metía de nuevo en casita y “zaca” me santiguaba y ¡ala! ya podía salir seguro al que hacer diario. Lo fui dejando paulatinamente, pasé de hacerlo siempre que salía a solamente por las mañanas, hasta que sin saber como un día me atreví a arriesgarme a salir a la calle sin mi protección.
Supongo que las desviaciones de las que habla el autor, se pregunta Enrique y recoge y amplía Paréntesis, podrían ser eso que comentaba antes (sin saber como o por lo que fuera), que nos permiten salir de nuestras ritualizaciones o manías la mayoría de las veces sin darnos cuenta de cómo lo hacemos ni por qué. En mi caso confieso que al principio me costó, salía un poquito “acongojado” por lo que pudiera sucederme sin utilizar mi escudo, con el tiempo se fue diluyendo, quizá cuando me di cuenta de que sólo te puedes quitar algo que no te hace bien, cuando eres consciente de que lo tienes.
Pero mi reflexión al respecto ahora, es que en mi casa me sentía seguro, que sólo tenía que utilizar ese rito, aunque por supuesto tenía más, cuando salía de ella para enfrentarme al que dirán cotidiano.
Llevo un tiempo dando vueltas a este tema, veo mi casa o estado con todas esas manías que me he ido creando como escudos para protegerme. Lo triste es cuando me doy cuenta que también me protejo de mí, de que mi ego, ese yo que se nutre de mis mismidades es el que me monta todo el “tinglao” de protecciones. Esto creo que también podrían ser desviaciones pero en otro sentido.
Recuerdo aquella frase que leí en la revista Ananda, “nos pasamos media vida construyendo muros que nos sirvan de protección y la otra media en derribarlos”. Espero con todos estos comentarios construir menos y trabajar un poco más.

Retama dijo...

Al respecto de lo que Paréntesis comentaba el día 16 referente al libro de contabilidad, de donde poner las columnas del Debe y del Haber, se me ocurre que, el debe y el haber van en la parte de mí que tiene que ver con mi estado actual con las capacidades que tengo en cada momento, el saldo le correspondería esa parte de mi identidad que tiene que ver con todas las experiencias y capacidades acumuladas a lo largo del tiempo, que seria algo así como el máximo de las posibles capacidades a las que podría llegar en esta vida, y el libro sería donde están escritas la esencia de esas capacidades en su ser, universal, cósmico o divino, no me planteo si ese ser es particular para cada ser humano o si es cósmico o universal, porque una parte del Todo sigue siendo Todo.

Manolo dijo...

Es fácil reconocerse en este texto, identificando tus propios gestos, posturas o movimientos. Lo que me sorprende es que eso nos de seguridad, confianza en uno mismo. Y, efectivamente, tiene toda la pinta de que sea así cuando los tenemos tan arraigados en nuestro comportamiento habitual. Para mí es obvio que determinadas pautas de pensamiento, determinados esquemas conceptuales sobre la vida, los tenemos muy incorporados porque nos proporcionan seguridad, porque de alguna manera nos “sitúan” ante nosotros mismos, ante los demás y ante los acontecimientos que vivimos. Nos parece que definen nuestro carácter, nuestra identidad, aunque por supuesto eso sea discutible. Lo curioso es que muchos de nuestros gestos puedan tener la misma “eficacia” en este aspecto que nuestras ideas. ¿Cómo puede ser que nuestra noción de identidad necesite tanto apoyarse en cosas tan aparentemente triviales como nuestros gestos? ¿Será cierto, entonces, que nuestros movimientos corporales tienen tanta incidencia en la sensación de conocernos?

Cuando hablamos de inseguridad, yo creo que en el fondo estamos hablando del miedo. Supongo que del miedo a cambiar, a ser distintos. Parece mentira que un simple cambio en nuestros movimientos habituales provoque este tipo de inseguridad. Demuestra que hay unas conexiones muy estrechas entre los movimientos corporales y nuestra forma de pensar, aunque ni las entendamos ni las percibamos. El autor lo viene afirmando una y otra vez en los textos que comentamos, pero no es una opinión generalizada en nuestra sociedad. Se entiende así que quienes han investigado en estas conexiones den tanta importancia a la realización de determinadas posturas como vía para superar ciertos bloqueos, generar nuevas actitudes y estimular el desarrollo de las capacidades latentes del individuo. O para lo contrario.

Ante tanta complejidad, me asalta de nuevo la curiosidad de si uno solo tiene los resortes suficientes para ir modificándose a sí mismo, a golpe de intuición y de sensaciones, o si, por el contrario, es iluso pensar que uno por sí solo tiene esa capacidad y que lo más inteligente por su parte, si no quiere resignarse a dar la partida por pedida, es buscar a alguien que le ayude.

Atila dijo...

Yo desde pequeña me mordí las uñas y sigo haciéndolo. He intentado muchas veces dejarlo pero no puedo y lo he aceptado.Se que es miedo y antes trataba de ocultarlas pero ya no lo hago.
Para mi las manos son un elemento importantísimo: Puedes dar una bofetada, quitar una lágrima a alguien con todo tu amor y después acariciarle la cabeza, señalar con dedo acusador a una persona, aplaudir cuando estas entusiasmado después de una obra teatral y parar porque ya te duelen,en una buena bailarina llega un momento que acabas fijandote casi mas que en sus manos que en sus pies. Echar un pulso con alguien mientras todo el mundo esta mirando. Esto es lo que menos me gusta porque en la vida nos pasamos echando pulsos desde niños para ganar al otro o a los otros.
Una vez un psiquiatra dijo que cuando un paciente entraba en su despacho sabia si estaba curado o no, fijándose en como andaba y si su espalda estaba erguida o encorvada. Nuestras posturas,nuestros ojos, todo nuestro cuerpo revela como esta nuestro carácter y si lo miras atentamente puedes hasta captar su alma.

Aquiles dijo...

Movimientos repetitivos, tics, que nos proporcionan una apariencia de seguridad. Nos amurallan frente a nuestros miedos. Reprimirlos nos haría sentir inseguros. ¿Es negativa esa sensación de inseguridad? ¿Es bueno que el rey sepa que va desnudo? ¿O conviene que sigamos refugiándonos en tics y manías que nos hacen sentirnos calentitos?. Recuerdo en la película Matrix cuando Neo toma la pastilla que le permite percibir la realidad tal y como es y no como la había visto toda su vida hasta ese momento. Vomita, enferma y tarda días en aceptar la nueva realidad.

Es posible que no estemos preparados para borrar, de buenas a primeras, todas esas manías que percibimos como defensas y que nos dan seguridad. Quizá bastaría con ser conscientes de ellas. Con estar atento a esos resortes a los que recurrimos de forma mecánica como parapeto. Quizá, como sugiere Beucis, gestos y movimientos conformen un hilo de Ariadna que nos conduce a los rincones más recónditos de nuestros miedos. Siempre me ha parecido saludable desenmascarar esos miedos. Casi siempre resultan ridículos mirados cara a cara y a la luz del día. Sólo en las sombras recónditas de nuestro inconsciente pueden aparentar un tamaño y fiereza de los que realmente carecen cuando abrimos puertas y ventanas y se diluyen las sombras.

Bien mirados todos nuestros miedos suelen ser tigres de papel.

Eolo dijo...

Hoy no sé muy bien el qué, porque no sé si llamar a las nubes para absorberlas poco a poco, o, quizás, espantar de una vez a las telas de las arañas, que no me dejan ver.

No sé si arrebatárselo al otro, o dejar que me arrebate. Que no sé si doy o si quiero, si amo o me aman, si sueño o me están soñando, porque noto un algo que no se me desvela y que me desvela.

Hoy me mantengo incierto, porque me río de mi club, de mi ideología, de mi grupo, me sonrío de mi familia, de mi partido, de mi paranoia. Que cansancio el estar que te mueve y te obliga a distanciarte.

Solo sé de la fascinación aguda y pavorosa de la contemplación del Ser, y no quiero saber nada más.

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Teatralizando la vida, casi al instante en que nuestra vida nos teatraliza.

Monigotes de seres salados que aspavientan el abismo con cientos de lágrimas en cada mano, orugas y arañas de lo cotidiano, adormeciendo al constructor de catedrales para no cumplir el sueño sublime del cantero, que llenan los valles de mares de escorpiones para perseguir a la bicha, llenándolo de cientos de pies para ser el más lento.

Sal con Don Quijote a arremeter contra los gigantes que mueven el viento, por ser aquellos enormes seres animados que no hacen sino arrebatarle al aire el suculento enjambre.

Solo se vence el vértigo concentrando la mirada en el siguiente peldaño, conjurando a tus santos para que lo construyan en la próxima bocanada, convocando a las células muertas para que recen por ti, cosquilleando el sacro mensaje del interior de la pirámide del faraón.

Ulises dijo...

Dice el autor del texto que las manías que tenemos son muchas veces atavismos que nos proporcionan seguridad, como un código de ritos en los que se refugian nuestros miedos.

En muchos casos esas manías, esos hábitos, esos tics están tan arraigados en nosotros, que ni siquiera somos conscientes de ellos. El problema surge cuando espontáneamente, o bien cuando alguien nos lo pone de manifiesto, empezamos a fijarnos y a ser conscientes de ellos. Puede que entonces nos entre el deseo de eliminarlos, por lo menos los más llamativos o los más ridículos. El problema que se plantea es: ¿Deberíamos forzarnos para eliminarlos? El cortarlos o reprimirlos, como dice el autor, podría proporcionar inseguridad o desprotección. Pero es que, si esas manías, esos hábitos son consecuencia de nuestros miedos, mucho me temo que si logramos reprimirlos, sin que hayamos superado nuestros miedos, sólo consigamos que esos miedos se manifiesten de otra forma, que tal vez aparezcan nuevas manías, sin relación aparente con las reprimidas.

Posiblemente lo mejor sea seguir conviviendo con nuestras manías, con tal de que no sean demasiado ridículas o que resulten molestas para quienes nos rodean. Y esperar a que a lo largo de nuestra vida, de nuestro proceso de evolución, vayan perdiendo fuerza nuestros miedos y, como fruta madura, nuestras manías vayan desapareciendo poco a poco, sin ni siquiera darnos cuenta de ello.

Uno que pasó por aquí dijo...

Pasadlo todos muy bien. Un beso, Aventurero y seguidores.

Anónimo dijo...

Puede que esta fecha signifique algo. Depende de nosotros. Quizá tan solo represente un impulso de buenos deseos para todos, sin excepción, o tal vez un anhelo de ser, en el mejor sentido de la palabra, buena gente.

Quiero amaros cada vez más. Lo digo en serio.

Goyo dijo...

Señor presidente déjenos fumar un cigarrillo a los aquí presentes para sujetar los pensamientos, aunque sea con “muletillas” de humo, e impedir que se nos escapen detrás de cualquier banal anuncio, y en sujetándolos podamos asirlos para lanzarlos con “un par” a los cuatro vientos, solicitando que no nos atropellen las ideas ni nos violenten la reflexión,,. …
No está tan mal saberse cojo para poder enmendar la cojera; disimularla a la carrera, como si nada sucediera, es también ceguera.

Estanislao Gargayo de la Frijolera dijo...

Un cigarrillo, sí.
Un cigarrillo y menos protección institucionalizada. Menos velar por nuestra salud desde el Estado y que nos dejen estar, simplemente, en el mundo en el que estamos, aunque sea con nuestras cojeras a rastras y que no alcanzarán ni con mucho a ser tan rastreras ni tan arrastradas como lo son las de quienes nos gobiernan.
Un cigarrillo, aunque nos vaya matando de a poquitos, y menos asesinatos de viejos (a base de “cuidados paliativos”) y de criaturas no nacidas. Y menos píldoras del día después igualmente destructivas.
Menos fomentar la barbarie y la tropelía y un poquito dejarnos respirar un aire enrarecido por el humo pero bastante menos (que lo estaría) envenenado por los malos humos que se van incrustando en el alma, atenazándola y entristeciéndonos, haciéndonos sentir que vivimos en un mundo que pese a tantos avances en tantos terrenos va totalmente a la deriva.
Menos prohibiciones, menos consejos impartidos por quienes tienen ideas tan cortitas y tan estrafalarias de qué es el bien y qué es el mal.
Menos prohibiciones, y menos cutrez, y menos ignorancia envuelta en palabras grandilocuentes, y si “la Tierra sólo pertenece al viento” que dejen al viento ejercer su derecho de propiedad y barra de un soplido de esta tierra suya tanta imbecilidad.
Pero como eso va para largo déjenos, señor presidente, que mientras esperamos nos fumemos un cigarrillo.
Un cigarrillo, por favor.

Eolo dijo...

Porqué estamos siempre dándole tantas vueltas a si amamos o no, cuando lo realmente heroico e importante es la capacidad para dejarse amar, como se puede afirmar de cualquier hecho evolutivamente significativo, y se deduce del texto que el autor nos propone.

Raya punto raya dijo...

Muy cierto lo que dices, Eolo, dejarse amar. Dejarse amar por quienes saben amar y con toda su capacidad de amar; no con la que les queremos imponer para, una vez modelado y adecuado el amor al propio entender, sentirse en la obligación de en nombre de una gratitud basada en la deuda (inventada, que el que ama nunca impone), decir "como te lo has ganado yo también te amaré".

Anónimo dijo...

Eolo, rayapuntoraya, dejaos querer un poco... Anda... Vosotros que sabéis...

Afrodita dijo...

Las manías, Ulises; los hábitos que todos en mayor o menor medida tenemos y que cómo bien planteas, ¿qué será mejor, tratar de combatirlos o convivir con ellos?
Si los dejamos permanecer se harán fuertes en nosotros, si nos aplicamos a desterrarlos puede ocurrir que nos obsesionemos.
De cualquier modo, siempre tendremos otro nuevo. Un poco como ocurre con la medicina y los avances médicos, o con las guerras antiguas; que antes aquejaban a las gentes enfermedades que hoy están erradicadas, pero aparecen otras nuevas contra las que luchar y ante las que estamos tan desprotegidos como lo pudieran estar contra un resfriado en la edad media$; o que superadas diferencias entre pueblos surgen otras desavenencias entre esos mismo o entre otros. Siempre estamos igual de empantanados.
Creo que la solución terminará viniendo sola, y que del mismo modo que en tantas ocasiones esas manías y hábitos están obedeciendo a motivaciones que desconocemos, el mismo proceso evolutivo — del que a mi parecer no se tiene consciencia, creo que nadie se felicita a sí mismo celebrando “hay que ver cómo he evolucionado” — y los nuevos objetivos a lograr que el vivir nos depare se llevará los viejos y nos traerá otros contra los que contender o con los que convivir.
Y así será constantemente a lo largo de la vida, nunca por mucho que nos esforcemos llegaremos en ningún aspecto a ese punto de la montaña que nos está pareciendo la cumbre cada vez que lo miramos.
Aunque también es verdad que uno no se puede sustraer a tratar de eliminar los defectos que se reconoce.

Eolo dijo...

Si eres la anónimo que "quiere amarnos cada vez más, que lo dices en serio", conmigo no cuentes, ni aunque te pongas melosoncita.

Y como sabemos dejarnos amar, como tu bien dices, hemos de contarte, si raya punto raya no me corrige, que dudamos que sepas amar si personalizas tal impulso, aunque te dejamos que le llames querer, desear, estimar, o esas cosillas, propias de los quehaceres de los humanos más terrestres.

Mandrágora dijo...

En este párrafo me surge la reflexión y parece obvio que si la parte gestual se manifiesta como consecuencia, bien de una herencia genética, bien de conductas aprendidas o bien como resultado de estados orgánicos determinados, como apunta el autor en su párrafo, es fácil entender que en la medida en que el sujeto va viviendo y va sumando experiencias y percepciones, la expresión formal de su sentir también se modifique, como de hecho se observa en gran medida. Sin embargo, hay expresiones y gestos que acompañan toda una vida, independientemente del acontecer de cada uno, como si tuvieran más arraigo que la propia capacidad de vida, como si fuera algo que te delatara a tu pesar. Es la acomodación a una cultura, con todos sus códigos de conducta, donde no parece que uno pueda abstraerse fácilmente, y no sé si aun siendo consciente de ello; es la inserción de unas reglas de juego estipuladas en cada familia, que parece permanecen siempre aunque cada uno tome derroteros diferentes; son formas de andar, de comer y de acicalarse el pelo, en donde reconoces a la persona aun cincuenta años después. Ahí están y perduran.

Me sorprende realmente que no sea algo más sustituible, variable y fácil de transformar, cuando se supone que debería ser el termómetro donde refleja las fluctuaciones que cada uno va asimilando y, por lo tanto, supongo debería ser algo cambiante

José dijo...

Los movimientos están asociados, también, a la virtud, como interpretación de una manera de convivencia. La moderación, la expresión de un estado de animo, de un estado espiritual. Las tradiciones religiosas y filosóficas han asociado los movimientos a la armonia. La danza, los rituales, las formas de vestir que implican una aproximación a los otros, a la entrega.

Hoy en día el uso del velo, del burka implica una condición sociopolitica pero no en su origen, en su manera, en su potencia tiene otra finalidad. Era una forma de mostrar un momento de pureza, de sugerir lo oculto.

Los movimientos nos delatan, desvelan las palabras. Los movimientos dan tono a nuestros actos. Un ceño no engaña, un rictus nos aleja o nos acerca. Las maneras dicen, suenan, hacen diferente la comunicación.

Afrodita dijo...

Estoy escuchando en la radio, en este momento, un programa en el que hablan de libros y mencionan uno aluden a uno de divulgación cuyo título es en español “Chapuza” (en inglés creo que han dicho “pluge”) y dice, al parecer, que el cerebro humano es una “chapuza” y que prueba de ello es lo mal que recuerda; y que si a un científico se le encargase fabricar una máquina para recordar nunca fabricaría un cerebro sino un ordenador.
Esto me ha hecho pararme por unos instantes a considerar que, puesto que se me hace un poquito cuesta arriba digerir que Dios — puesto, como se puso, a la faena de crear un Universo tan complejo y tan minucioso (tengo un amigo que dice que la trompeta del mosquito trompetero, tan pequeñita, debió de resultarle muy engorrosa) — hiciera las cosas mal o a medias, a lo mejor, quién sabe, no formase parte de su proyecto el que el cerebro recordase. Vamos, que la misión del cerebro no fuese recordar sino otra.
No sé, pero me ha hecho gracia. Y por eso os lo cuento.

Zascandil dijo...

Hay un tipo de hormonas, las "esteriodeas", que al ser liposolubles traspasan fácilmente la membrana celular y sus receptores suelen encontrarse en el citoplasma de la "célula diana", es decir, de aquella célula cuya formas de moléculas "receptoras", determinan qué hormonas "ajustan exactamente con ellas".

Pienso que son interesantes porque una vez la molécula de hormona esteroidea ha penetrado al interior de la "célula diana", se fija a una molécula del receptor formando el complejo hormona-receptor, que se llama también "modelo cerradura-llave" en algunos libros de fisiologia.

Existe una hipótesis según la cual este complejo migra al interior del núcleo, incluso algunos datos indican que la hormona se fija a un receptor que ya ha pasado al interior del núcleo.

En cualquier caso parece que este complejo "hormona receptor" activa ciertas secuencias génicas para iniciar la transcipción de moléculas de ARNmensajero que al salir del núcleo al citoplasma de la célula se asocian con ribosomas y empiezan a sintetizar moléculas de proteínas que no se habrían formado si no hubiera llegado la molécula de la hormona en cuestión.

Esto explicaría en parte, a lo mejor, el párrafo donde el autor habla de "desviaciones caracteriológicas hormonales", pues son las hormonas las que deciden un cambio o desvio en la síntesis de proteínas.

También en este mismo párrafo se podría intuir que esta intervención hormonal, este funcionamiento endocrino , puede persistir a través de generaciones, heredarse y marcar en cierto modo también el código genético.

Pero también parece que es en el aspecto endocrino donde existe un margen importante de intervención y transformación personal consciente, es ahí donde parece tenemos márgenes suficiente de elección para que la hormona segregada provoque una síntesis de la proteína más adecuada o menos desviada...., pero no tengo nada claro (tampoco lo anterior, pero bueno, resulta apasionante buscar, perdón si esta búsqueda resulta demasiado osada, estoy abierta a toda crítica al respecto), bueno, a lo que iba que no sé los límites de esta posible intervención personal, y que si exiten funcionamientos hormonales que llegan a quedar impresos en la genética de una familia, la modificicación de ésta me parece una tarea titánica.

Por otro lado, y si alguien supiera del tema (que yo es evidente que no), me gustaría saber si esa intervención endocrino-hormonal en el ARNmensajero puede tener algo que ver con lo que ha dado en llamarse "genoma basura", o de algun modo puede llegar a formar parte de él.

Y por último,las hormonas vienen a suponer los elementos bioquímicos más pequeños y determinantes en el funcionamiento biológico del ser humano, más cercano por tante a lo "sutil", y por tanto a los límites donde la materia se desprende de su aparente "dureza", se "dulcifica" (por así decir) , y donde lo exógeno y lo endógeno mantienen un diálogo al que pocas veces accede la consciencia, (creo yo).

Nosotros podemos elegir y modificar estando alertas y potenciando estados de actitud que modifiquen nuestra forma de relacionarnos con nosotros y con nuestro entorno, facilitando y destrabando, quitándonos y retirando nudos y dificultades en el camino de los demás, pero a lo mejor hay algo más que interviene en ese devenir y que viene de fuera, que dialoga desde fuera, y que nos llega solo en forma de susurros cuando estamos muy atentos, tanto que somos capacer de modificar las hormonas que mandamos a trabajar en nuestros mundos interiores, no lo sé...

Anónimo dijo...

No siempre es la genética. No todos los rasgos se heredan ni la explicación de las similitudes está en el ADN. Cuántas veces hijos no biológicos acaban teniendo el mismo tipo de gestos que sus padres adoptivos, y no solamente la forma de moverse y los tics, que pueden ser imitados de forma inconsciente, sino incluso los rasgos faciales. Tiene que estar habiendo algo más, algún tipo de vínculo que quizás está yendo más allá, más lejos en el tiempo y arraigado en alguna voluntad que ya estaba en unos y en otro desde antes de nacer, y se buscaron para ser padres e hijo sin importar que sus genes fueran distintos.
En el caso de los hijos. Que también se termina dando entre amigos.
O también puede que lo que digo no tenga sentido. Me doy cuenta de que también sucede a veces con los perros, que se parecen al dueño.
No sé, se me ha pasado por la cabeza.

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